18 noviembre 2013

Puntos suspensivos sin final...


Hablábamos de todo y de nada. De nuestras vivencias, de nuestras razones para transformar el mundo, de las pequeñas y de las grandes cosas. De amor, en realidad, amor por la vida. Hablábamos poco, aunque cuando hablábamos el tiempo se escondía en el reloj.

Tu recuerdo ilumina las grietas que se van abriendo a mi paso, esas pequeñas heridas que sugieren tristeza. Y así voy coloreando de luz, con tu magia y la de otras personas que me rodean, de una u otra forma, aquellos momentos en los que no sé si estoy sembrando la mejor cosecha. 

Fue un final con puntos suspensivos que nadie comprendió. Tampoco comprendo porque te acercas hoy sigilosamente y llamas a mi puerta, apareces sonriendo, como si nada hubiera pasado, como si todo hubiera sido un desliz del destino. Supongo que vienes a hablarme, de nuevo, de la vida y del amor. Del pan de centeno, de semillas y plantones, de la casa que estábais construyendo no sólo con vuestras manos, sino también con esa linda mirada que os unía (y que os sigue uniendo) como un lazo indivisible.

Hablábamos de todo y de nada. De la vida y del amor. Quizá sea ese tu secreto, la raíz que dejaste en cada una de las personitas que te quieren. Porque así sucede, y no nos habíamos dado cuenta, que los puntos suspensivos no tienen final...

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